domingo, 20 de septiembre de 2009

EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO CRISTIANO


El cristianismo no es una filosofía propiamente dicha, sino una religión que, tal como queda expresado en los dogmas de la Iglesia católica, «fue fundada por Jesucristo, hijo de Dios, enviado por Dios Padre como Mesías, para salvar a los hombres según habían anunciado los profetas hebreos».


La designación de cristianos se dio por primera vez a los habitantes de Antioquía que profesaban la fe predicada por San Pablo.


La religión cristiana se convirtió en menos de tres siglos en la religión oficial del Imperio romano y se arraigó tan profundamente a los más esenciales aspectos de la cultura occidental que logró sobrevivir a la caída del propio imperio y convertirse en el substrato básico de la civilización occidental.


Los pensadores que aportaron los elementos decisivos para permitir que el cristianismo se configurara como religión oficial del Estado fueron los apologetas, así llamados porque en sus escritos se dedicaron a hacer la apología del cristianismo.


La esencia definitoria del cristianismo como religión es su monoteísmo trascendente (la creencia en la existencia de un solo Dios, que es algo completamente distinto del hombre y del mundo, algo que los trasciende a ambos). Esta concepción monoteísta, cuya proyección actual es casi universal entre todos los creyentes, fue en un principio elaborada exclusivamente por la civilización israelita, que la consideraba verdad exclusiva y revelada directamente por Dios.


En la historia sagrada del pueblo judío se encuentra el núcleo básico de la gestación del cristianismo.


Los filósofos cristianos adoptaron muchas ideas del pensamiento griego pagano. De los escépticos epicúreos adoptaron argumentos contra el politeísmo. Aristóteles les prestó una serie de conceptos filosóficos (como los de sustancia, causa, materia) que eran imprescindibles para tratar los delicados y sutiles temas de la teología cristiana (la creación del mundo a partir de la nada. la Santísima Trinidad, etc.). La moral estoica aportó algunos elementos a la ética cristiana. El platonismo, con su desprecio del mundo sensible, su creencia en la inmortalidad del alma humana y la afirmación de la existencia de un mundo celestial fue una prefiguración del cristianismo, refiriéndose a Platón dijo San Agustín: «Nadie se ha acercado tanto a nosotros».


Podemos dividir la filosofía cristiana medieval en dos grandes periodos: la Patrística y la Escolástica.


LA PATRÍSTICA: Es el conjunto de dogmas elaborados por los Padres de la Iglesia y los concilios.


San Justino fue el primero que trató de conciliar la fe reveladora y el conocimiento filosófico racional. Para él, la filosofía era el don más precioso que Dios había hecho a los hombres, por lo tanto no podía haber contradicción entre filosofía y religión.


Tertuliano (siglos II y III) dio una respuesta menos sensata, más fideista y religiosa, al anunciar Credo quia absurdum («Solo creo lo que es absurdo, lo que repugna a la razón»).


Lactancio fue un ecléctico: consideraba que tomando las verdades parciales que se contenían en las especulaciones de los filósofos griegos se obtendría un corpus doctrinal filosófico racional equiparable con la verdad teológica revelada.


El gnosticismo fue una fusión de elementos escriturísticos y cristianos, griegos y orientales (pitagorismo, platonismo, judaísmo y teosofía esotérica se entremezclaban). Trataron los mismos temas que la ortodoxia cristiana, pero cayeron en la herejía. Sus principales aportaciones fueron:


a. sustitución de la fe por una forma de conocimiento racional llamada gnosis


b. afirmación de un dualismo entre Dios y la materia, posteriormente mejor desarrollado por otra herejía: el maniqueísmo


c. desarrollo de la noción de Dios desconocido (el Dios del Antiguo Testamento no es el verdadero Dios, pues ha creado la materia, origen del mal).


Orígenes (184-253) abogó por la utilización de pruebas filosóficas en la especulación teológica; como Parménides. creía que la esférica era la forma perfecta y en un texto, afirma que los bienaventurados entrarán en el cielo rodando porque habrán resucitado en la más perfecta de las formas, la esférica.


El Concilio de Nicea, celebrado el año 325, estableció las verdades de la religión cristiana en forma dogmática e indiscutible. A partir de este momento, la especulación de los Padres de la Iglesia fue limitada, no pudiendo enfrentarse a ninguno de los dogmas y verdades oficialmente decretadas, salvo riesgo de excomunión. Esta intangibilidad del dogma impuso la definición de la filosofía como ancilla theologiae, es decir, como esclava de la filosofía de Dios, como sierva de la teología.


San Agustín (354-430)


San Agustín nació en Tagaste, una ciudad del norte de África, de padre pagano y madre cristiana (Santa Ménica). Durante su juventud llevó una vida turbulenta, entregado a diversiones y placeres de carácter pagano.


El problema filosófico que impulsó a San Agustín hacia el cristianismo es un problema que ha movido a grandes sabios de todas las épocas: la búsqueda de la felicidad. El opinó que la verdadera felicidad consiste en la sabiduría, por lo que toda su vida consistió en una larga investigación de la verdad.


Fue un escritor sorprendentemente prolífico: parece ser que escribió casi 500 obras, de las que las más importantes entre las conservadas son: Las confesiones, La verdadera religión, La ciudad de Dios, La inmortalidad del alma y La ciencia cristiana.


En la filosofía agustiniana, el punto de partida de toda reflexión filosófica es la existencia indudable de un Yo filosofante. No se puede ser un escéptico consecuente, no se puede dudar de todo, pues para dudar siempre hay que presuponer que existe un sujeto que duda. En la duda y el error encuentra San Agustín la seguridad de la propia existencia- La siguiente frase expresa estas ideas: si enim fallor, sum (si yerro, existo).


La filosofía agustiniana no es más que la formulación cristiana del pensamiento platónico. Para Platón existían dos clases de realidades: la sensible y la ideal, y las cosas naturales participaban de la realidad superior de las Ideas; para San Agustín, las verdades particulares que adquiere el hombre mediante la ciencia participan de las verdades absolutas divinas.


San Agustín fue uno de los fundadores de la disciplina filosófica llamada filosofía de la historia, germen de lo que en la actualidad es la sociología.


Cuando Roma fue saqueada por los bárbaros de Alarico, los paganos atribuyeron el desastre al abandono de los antiguos dioses y dieron la culpa al cristianismo; decían los paganos que mientras Júpiter fue venerado, Roma fue poderosa, pero que al ser abandonado por los emperadores cristianos, Júpiter dejó de protegerla. San Agustín intentó responder a este ataque escribiendo su más monumental obra: La ciudad de Dios, que poco a poco fue superando el proyecto original hasta convertirse en una completa concepción cristiana de la historia.


La idea fundamental de La ciudad de Dios es que la historia tiene un sentido, se dirige hacia una meta, señalada por la providencia divina. Los pueblos pueden rebelarse contra este destino que les impone la providencia divina y formar una «ciudad terrena», pero pueden también acatar esta ley histórica que les señala Dios y constituir así la «ciudad divina».


Estos dos esquemas intuitivos (la ciudad terrena y la ciudad divina) le sirvieron a San Agustín para señalar la oposición política entre el Estado y la Iglesia. Durante toda la Edad Media, gracias a la influencia de la Iglesia y a la debilidad de los monarcas y emperadores. los sistemas políticos dominantes fueron teocracias (gobiernos de inspiración divina), pero con la llegada de la reforma protestante pasó a primer plano la doctrina contraria: el erastianismo, que predicaba el dominio y la superioridad temporal del Estado sobre la Iglesia.

Fuente. Enciclopedia Temática Océano.

Melan.

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